Nos estaríamos mintiendo si dijéramos que
la cosa por acá va bien. Nuestro
mezquino gobierno sigue haciendo lo que le viene en gana, el país sigue siendo
vendido bajo la promesa inventada de un mejor futuro y las nuevas generaciones siguen
alcanzando la adultez con una corriente de pensamiento errada que seguirá contribuyendo a la miseria social de este país. En esta ocasión
quiero hablar un poco sobre la percepción negativa de la docencia en México, como una de las muchas causas que
potencian el triste panorama del que todos hablamos sin hacer nada al respecto.
Hoy mientras platicaba con una empleada de la escuela de
idiomas donde trabajo, me sorprendió hasta cierto punto que percibiera el “ser
profesor” como un estancamiento que
no le gustaría para sus hijos, ya que el éxito, según ella, está en trabajar
para una empresa transnacional. La
verdad no dije nada. Intenté respetar lo más que pude su punto de vista, le
pedí mi pago de la semana y me fui con el ánimo por lo suelos, no porque me
hubiera ofendido, sino porque una vez más comprobaba que estamos verdaderamente
jodidos interna y externamente.
Sé que tenemos un sistema de educación deplorable que
permite que literalmente cualquier hijo-de-maestra dé clases sin tener una noción mínima de
lo que está haciendo. Sé que al menos para la mayoría de los profesores de instituciones públicas
los salarios son malos sin importar la calidad de su desempeño, y también sé
que por muchos años, nuestra desviada idiosincrasia mexicana nos ha enseñado
que los profesores son fracasados que no tuvieron lo necesario para hacer
cualquier otra cosa; lo que fuera, pero otra cosa.
Mientras que en otros países además de una
licenciatura se requiere una certificación que varía dependiendo del estado, o inclusive
una maestría para enseñar en los niveles elementales, nosotros tenemos una
población de 120 millones de personas que en promedio leen medio libro por año
(incluido el presidente), que en promedio no saben leer ni escribir (y me
refiero a verdaderamente leer y escribir), que en promedio prefieren ver un partido de
fútbol en vez de un programa de política o cultura, y que encima de todo eso prefieren que sus
hijos se dediquen a cualquier otra cosa en vez de a colaborar en la esterilización
ideológica del país.
Para mí las causas de todo esto son bastante obvias. El pueblo es ignorante y pasivo porque así le
conviene a la sarta de subnormales que calientan el curul. Sin embargo, si no es a través de la educación y el resto de los medios de comunicación. ¿Por dónde empezamos? Es
inminente que necesitamos un cambio desde los cimientos más profundos de
nuestra sociedad, pero cómo hacerlo si la gente no quiere o no puede leer, no
quiere o no puede ir a la escuela, y sigue con la virgen de Guadalupe atorada en
la garganta, esperando que ella les dé “mejores oportunidades”. Es un gran círculo vicioso. La clase media-baja
ve al éxito en transnacionales, la clase media-alta en abrir un negocio innovador y solo un ínfima parte en hacer lo que sea que te llene y aliente al desarrollo
social.
No me queda más que esperar entonces que aquellos que sí
queremos y podemos, seamos capaces de edificar una estrategia para reivindicar
el camino hacía una revolución del
pensamiento, porque aunque una armada no se ve tan lejos, más muertes es lo
último que nos hace falta.
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